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Alberto Di Mare |
Quienes inicien sus estudios de economía leyendo a Pareto, quedarán profundamente impresionados por su pensamiento. Sin embargo, pocos se convertirán en "paretianos", porque nunca hubo -y creo que sería imposible la hubiera- una escuela propia de Vilfredo Pareto: su esquema es demasiado amplio, global, católico, como para que pueda hacer escuela. Tampoco hay "marshallistas", porque igualmente amplio es el vuelo de Alfredo Marshall.
Ambos son creadores de un sistema a tal punto comprehensivo, que se confunde con la ciencia toda.
Cuando Pareto escribió de economía (de 1869 a 1912), ya nuestra ciencia hablaba inglés. Escribir en italiano o en francés, como lo hizo este profesor suizo (italiano de nacimiento, de madre francesa, nacido en suelo francés y docente en Lausana), lo convertía en un economista de segunda categoría, desconocido por los colegas de habla inglesa, que son los que cuentan en nuestra ciencia.
Su padre fue un marqués genovés, exiliado en Francia, por su mazzinismo; casado con mujer francesa. Así Pareto será "italiano ma anche francese". Vilfredo nace en 1848 y su familia regresa a Italia en 1858, con ocasión de la amnistía de ese año.
En 1869 se gradúa de ingeniero y se dedica durante los 23 años siguientes a director de empresa, en ferrocarriles privados y en la industria de la fundición. Su experiencia económica es derivada de estas dos industrias, sus peculiares características, desde el punto de vista del análisis económico, influirán algunos de sus planteamientos.
Estudia a dos grandes economistas italianos de la época, Ferrara y Pantaleoni, por quienes conoce los escritos de Walras, profesor en la Universidad de Lausana. Desde 1869 comienza a escribir y a meditar sobre economía y se transforma en un profesional de primer rango; en 1892 ocupa la cátedra de economía en la Universidad de Lausana, al dejarla Walras, la cual desempeñará hasta 1906. De 1912 en adelante se dedica, en su madurez y como ha acontecido con muchos de los más grandes economistas, a la sociología política, hasta su muerte en 1923.
Durante su fructífera vida trabajó 23 años como ingeniero y empresario, 20 como profesor de economía y 11 como estudioso de la sociología. Es uno de los economistas con mejor dominio de las matemáticas, en su tiempo, aunque no con uno tan elevado como el que en nuestros días poseen muchos de sus colegas (Volterra, el gran matemático italiano, alguna vez puso de relieve una pifia de Pareto, cuando equivoca las condiciones de integrabilidad, en el Manual de Economía Política). Por sus escritos científicos y periodísticos, alcanza una reputación. incontestada en Italia, lo que lleva a que se le nombre Senador en 1923, el año de su muerte.
Sus obras principales son sus Considerazioni sul principio... dell'economia politica pura (1892), Course d'Economie Politique (1896), Les Systèmes Socialistes (1902), Manuale di Economía Política (1906, publicado luego en francés, con un apéndice enteramente nuevo, en 1909), su Trattato di Sociologia Generale (1916, traducido al inglés en 1935 con el título de Mind and Society) y finalmente L'Economie Mathematique (1911, en la Encyclopedie des Sciences Mathematiques). Además, gran cantidad de escritos periodísticos.
Pareto es un hombre, un intelectual, extraño, casi incomprensible en sus concepciones sociales. Fue un espíritu aristocrático que despreciaba profundamente la democracia y el capitalismo, quien además se mantuvo siempre separado de toda tendencia política e intelectual; poseía un conocimiento de los clásicos verdaderamente excepcional en su época, de donde quizás le viniera su aislamiento: vivió como un anacoreta.
La Italia de entonces (el gobierno de Depretis) se le antojó como el reinado de la incompetencia, la corrupción y la anarquía, como el fruto de las peores características del capitalismo y la burguesía. Había decidido por ello exiliarse en Suiza, mucho antes de que le fuera ofrecida la cátedra de Economía Política en Lausana.
Pareto es al mismo tiempo profundamente liberal, pero su liberalismo es enteramente diverso del liberalismo-conservador inglés, su antiestatismo es por razón de que no puede concebir que ejerza el poder la corrupta democracia parlamentaria. Junto con Sorel y Mosca deprecará la democracia parlamentaria, horrorizado por la descomposición social italiana, quizás añora la dictadura dignísima de la república romana, que le es tan familiar por sus perennes estudios clásicos. Con todo siempre fue un ardoroso defensor de la libertad de pensamiento y de prensa, de la moderación, y de la libertad de cátedra... sin que esto le impidiera aceptar la curul senatorial fascista, en las postrimerías de su vida, cuando el fascismo era todavía liberal, pero siempre brutal e inhumano, en el primer avatar de esa forma poliforme de gobierno, cuya ideología estuvo siempre tan ligada a la circunstancia del momento y al ritmo vital de su fundador.
Conviene, para comprender mejor esta cosmovisión, hacer una digresión y analizar el desarrollo de la vida política y social de Italia del 1860 al 1912. Al final de este artículo aparece un pequeño resumen con ese propósito.
La finalidad de la investigación paretiana es la objetividad, le es ajeno el espíritu proselitista y, todavía más, el apologético. Desea construir una ciencia desapasionada, desvinculada de los juicios de valor.
Su construcción es en muchos aspectos una "mecánica racional" de la economía. Una obra tan ecuánime no atrae seguidores, pero aunque no llegó a fundar una escuela, sí tuvo una profunda influencia en los medios europeos, sobre todo en Italia. Fuera del continente, en Inglaterra y los Estados Unidos; su influencia fue mínima hasta ya bien entrada la primera mitad del siglo XX.
Se le ha criticado la falta de pertinacia y de elaboración. El ser dado a los relámpagos de iluminación, que luego deja sin concluir: no da la puntilla; muestra grandes caminos, pero sin transitarlos.
Aunque hubiera tenido estos defectos, produjo no obstante una obra extraordinariamente coherente, elegante, compacta y a él debemos muchos de los más originales puntos de vista de nuestra disciplina.
En 1896 expone la denominada "Ley de Pareto", en su búsqueda de invariantes (un camino que casi ningún otro teórico ha proseguido), la cual afirma que -cualquiera sea el régimen social- idéntica será la concentración del ingreso. Una aseveración difícil de contrastar y más todavía de comprender. Supone la existencia de un sistema de incentivos uniforme en todo tipo de sociedad, como requisito para que las élites acepten el riesgo de ejercer su función. De ser verdadera, es una de las verdades más asombrosas que hayamos encontrado. Pone de manifiesto el modo paretiano de razonar: porque no pretende dar la explicación del fenómeno, sino sólo señalar que existe, y con qué características. El "significado profundo" que pudiera tener, no le interesa.
El análisis paretiano es de total generalidad, plantea todos los problemas (no sólo los de producción, para los cuales es obvio) como situaciones de transformación de ciertas cantidades, sujetas a determinadas limitaciones (los gustos y los obstáculos), para alcanzar una resultante de equilibrio, para de allí deducir una "lógica de sistemas".
Barone, otro ilustre economista italiano, logrará, con la aplicación del esquema -o del programa-paretiano construir, en 1908, la obra suprema de la teoría socialista en su II Ministro della Produzione nello Stato Callettivista; el socialismo, como escuela con algún respaldo científico, existe sólo desde entonces. Y su nacimiento lo debe al programa epistemológico paretiano.
Cuando Pareto inició sus investigaciones, la economía recién se libraba de los grilletes de las teorías del valor fundadas en los costos de producción; a partir de 1870 se dan los diversos planteamientos marginalistas, que fundamentan el valor en la utilidad y no en el costo de producción. Esta concepción es psicológica (Gossen, Fechner) o bien resultado de una lógica de la elección.
Pareto logrará una exposición en que los "supuestos" serán reducidos al mínimo y en la que la conducta deliberada, podrá ser explicada (predicha), sin recurrir casi a ninguna suposición, sino únicamente observando la acción efectivamente realizada. Partiendo sólo de las preferencias manifiestas o manifestadas, con referencia a las experiencias posibles.
La economía cuantitativa puede así librarse, aunque suene a paradoja, de la necesidad de cuantificar, de medir, operación que, por imposible, aprisionaba a la ciencia en un callejón sin salida; a partir de Pareto podrá contentarse con lo efectivamente realizable: comparar, sin medir. La medida (número cardinal) es así suplantada por la comparación (el número ordinal).
Como en el caso de Barone, será otro el economista que lleve a completo desarrollo el planteamiento paretiano, esta vez un inglés de altísimo vuelo, Hicks, quien explicará minuciosamente aquellos puntos que nuestro autor dejó sólo esbozados.
Pero donde Pareto es todavía reverenciado por sus colegas, y es de aquí de donde dimana su influencia desde la segunda mitad del presente siglo, es en la denominada Economía del Bienestar, la cual muy poco podría afirmar, sin recurso al "óptimo de Pareto". En efecto, al destruir Pareto el concepto de utilidad cardinal, es decir la posibilidad de medirla y en consecuencia de cuantificar el bienestar, cayeron por su base todos los criterios utilizados para determinar si una situación era mejor, idéntica o peor que otra. El economista se encontró, por la audacia paretiana, sin brújula. Pero Pareto se encargó de construir un instrumento de mejor medición (su criterio de óptimo), totalmente independiente de todo recurso a la medida de la utilidad individual. Su criterio de óptimo establece, como requisito para afirmar que una situación es mejor que otra, el que en ella no se disminuya a nadie, pero se mejore a alguno, es decir que una situación será mejor que otra sólo si en la nueva podemos compensar las pérdidas de todos los perjudicados... y nos queda un sobrante. En todo otro caso, para decidir requerimos un juicio de valor y la ciencia no puede guiarnos.
Los antecedentes empresariales de Pareto quizás le sugirieron mucho de su contribución a la economía del bienestar. Porque en los ferrocarriles la solución normal, un único precio, hace imposible la prestación del servicio. La situación es paradójica y esta contradicción superficial lo debe haber estimulado a una comprensión más plena de la realidad, a una elaboración más completa de su representación. Sus criterios de óptimo permiten un planteamiento adecuado, y una solución satisfactoria de este tipo de paradojas (incidentalmente, también permiten mostrar algunos casos en que la solución colectivista resulta mejor que la de la libre concurrencia).
Regresemos a la teoría de la producción. Pareto desarrolló una teoría de la producción, en condiciones estáticas, que es paradigma de esta rama de nuestros conocimientos: la construye como una teoría de la elección de situaciones igualmente satisfactorias o indiferentes, que se alcanzan por los senderos de menor fricción, aquellos en que son menores los obstáculos.
Como buen ferrocarrilero no acepta que en situación de equilibrio, en competencia pura, el costo marginal iguale al precio, ni que el costo total equivalga al ingreso total. Joan Robinson vendrá, posteriormente, a aclarar, con luz meridiana, esta paradoja.
¿Por qué no podemos convencer con la razón, o mejor dicho con sólo la razón? Este es el problema fundamental de la retórica. John Henry Cardinal Newman (The Grammar of Assent) es quizás quien mejor ha desmenuzado esas situaciones, en que se requieren "las razones del corazón, que la razón no comprende", parafraseando a Pascal, para mover la voluntad humana, para convencer.
Este problema Pareto se lo plantea desde el punto de vista social, sobre todo desde el político: ¿qué es lo que efectivamente determina la acción política?, ¿cómo se decide el destino de las colectividades humanas?
En la búsqueda de esta respuesta desarrolla una luminosa teoría del proceso político.
Por influencia de Durkheim, Levy-Bruhl, Tarde y Ribot, concibe a la sociedad como un organismo, como un cuerpo dotado de órganos diversos, cuya esencia es su diversidad, por tener distintas funciones. Cada uno de estos órganos es un conjunto heterogéneo, estructurado de conformidad con las aptitudes que poseen sus elementos para llevar a cabo la función social que desempeñan.
Las instituciones humanas persisten por la supervivencia de las mejor adaptadas, que son las que sobreviven. Esta perogrullada darwinista se encuentra mucho mejor en Spencer y no es precisamente por esta concepción de la sociedad (como organismo, como organismo seleccionado por la selección natural) que Pareto merecería destacarse como sociólogo original.
Es en su psicología social, en su teoría de la circulación de las élites, donde nos brinda otro chispazo iluminador su genio original. Para Pareto lo que interesa, al estudiar el poder, es la sucesión de aristocracias, la que se produce por la lucha entre las élites, donde unas suplantan a otras, pero perdurando en toda forma de sociedad.
Este esquema permite explicar la persistencia de la lucha de clases aun en una utópica sociedad sin clases, porque las élites, la circulación de élites y su lucha intestina, es un fenómeno permanente, inherente a toda sociedad. Cualquiera sea su organización social. La circulación de las élites nos permite una concepción clara de la movilidad social, pues precisamente en eso -movilidad social- desemboca la circulación de élites; lo mismo que los conflictos entre las minorías que detentan el poder.
Pareto tampoco explotó suficientemente esta cantera, sino que se fue por el sendero de la psicología social propiamente dicha, tratando de explicar cómo la mente cimentaba la cohesión social. Para él las relaciones sociales se fundamentan en las acciones espontáneas que se producen del vivir en sociedad (las que darían origen a las diversas instituciones, y perdurarían las más aptas, que permanecerían por selección natural). Pero aquí la mente viene a reforzar lo que espontáneamente realiza la costumbre, la razón viene a consolidarla.
Esto en virtud de la tendencia, natural, espontánea, inevitable, de los hombres a racionalizar sus actos espontáneos y sus creencias, para fijarlos mediante la sanción intelectual. Desde el punto de vista lógico (o científico) las creencias sociales (libertad, democracia, igualdad, fraternidad, etc.) carecen de sentido, ellas son en realidad puros mitos, pero no mitos inútiles, porque son requisitos para la vida social. Ellos son derivations de nuestra imaginación racionalizadora, mediante la cual verbalizamos una realidad más profunda. El ligamen entre el mito (la derivation) y la realidad objetiva a que responde, lo atribuye Pareto a los résidues, que serían impulsos normalmente presentes en los individuos; caemos así en una psicología de los instintos (de combinación, sexual, etc.). Pero estas son etiquetas, el análisis falta.
La mordacidad italiana se cebó alguna vez en Pareto, endilgándole ser un constructor de castillos en el aire, para resolver problemas de vivienda.
Estos ataques nos permiten apreciar cuán grande era su intelecto, y lo muy adelantado a su época que se encontraba. Naturalmente, hoy en día el estar adelantado a la época no se cuenta en siglos, sino en lustros: la humanidad avanza muy rápido y pronto hasta los más veloces corredores son sobrepasados. Pareto ha sido sobrepasado ya, como todos los grandes economistas yacentes.
A él le debemos una concepción global, comprehensiva, de la economía, y una mejor inteligencia de cuando cabe el análisis de equilibrio general, que es el aporte de la economía matemática (Walras y Pareto), en el que cada elemento depende de todos los demás. Sin duda la respuesta correcta, la mejor. Pero también, después de rumiar sus enseñanzas, hemos aprendido cuando apartarnos de ellas e irnos al equilibrio parcial, en que el análisis depende sólo de lo que los operadores económicos efectivamente toman en cuenta.
El planteamiento abstracto de las cuestiones económicas, sobre todo de las denominadas macroeconómicas, no podrá renunciar a estos castillos en el aire paretianos. La vitalidad y creatividad de la ciencia dependerá siempre, por lo contrario, de lo que los operadores económicos consideren en su toma de decisiones.
Sea cual fuere el destino final de la investigación económica, este solitario profesor italiano, francés, suizo, tendrá siempre un puesto de honor en la galería de los padres de la ciencia.
Pero mejor que eso, siempre valdrá la pena leerlo, sobre todo cuando uno inicia su formación como economista. Quizás esta sea la mejor presea de este hombre extraordinario.
Del 1856 al 1859 se produce la reunificación (así, pomposamente, la denominarán los italianos de entonces) de Italia. El Piemonte, motor de esta obra magna, queda empobrecido y exhausto con la empresa, por la que ha logrado añadir a la región rica y desarrollada del país, unas repúblicas paupérrimas y atrasadas: Toscana, los Estados Pontificios y las Dos Sicilias. Una vastísima extensión de territorio y de pobreza.
El ingreso nacional del nuevo país, en esta época, es apenas la cuarta parte del de Inglaterra, está endeudado hasta el tuétano: una población cercana a la inglesa (22 millones) y pobrísima; el 90% de sus habitantes son analfabetas, casi todos campesinos, con la más baja productividad agrícola de toda Europa.
Para el Turín desarrollado y culto, esta aventura de la "reunificación" y el "resurgimiento significó un freno a su desarrollo, como lo fue siempre la colonización para todas las ciudades que se embarcaron en designios imperiales. Pero era el signo de los tiempos, y nadie podía oponerse al mito nacionalista, ni elucubrar sobre las alternativas de otros modos de crecimiento.
En 1860 se inicia la industrialización en las ciudades de Milán, Turín y Génova y el país comienza a ser gobernado al modo piemontés, quienes no podían ni tan siquiera imaginar la nación" que ahora gobernaban. El gobierno liberal de Cavour fue, sin duda, un gobierno sabio para Piemonte, pero desvinculado del nuevo país. La denominada destra storica (que gobernó de 1861 a 1876) no comprendía a la neonata nacionalidad italiana, sino sólo al maduro Piemonte. Al mismo tiempo, la construcción de un estado piemontés en toda la Península significó una excesiva carga fiscal sobre este país tan pobre, y casi toda ella pesó inexorablemente sobre el consumo. (Como curiosidad histórica, piénsese que en los Estados Pontificios no existió nunca una administración tributaria propiamente dicha, consecuentemente los ciudadanos pontificios prácticamente no tributaban. A pesar de esto eligieron la "reunificación", ¡cuán poderosos los mitos o cuán incompetente la administración eclesiástica!).
El sueño de Cavour era una Italia descentralizada, porque comprendía que no entendía a esa "nación", y con sabiduría socrática ante su "sólo sé que nada sé", optaba por no estorbar, sino dejar que la vida creciera libre y espontánea. Pero esto no se logró. Como en toda revolución, imperaría el pseudo-racionalismo de la normalización y estandarización, la centralización, el monolitismo bonapartista, es decir un país gobernado por el dictum de los prefectos piemonteses, que impusieron las leyes y costumbres piemontesas al vasto territorio ajeno que habían adquirido con su geste revolucionaria y libertadora.
Esto tuvo las consecuencias más dispares, al imponer, a troche y moche, instituciones desarraigadas del nuevo medio. Como ejemplo, consideremos el caso de la deforestación de las zonas meridionales italianas, que se produce después de la "reunificación". La costumbre (y la ley) piemontesa habían determinado que podían talarse los árboles, hasta la altura en que creciera el castaño. Y así fue para toda Italia, sin que nadie se percatara de que, conforme se desplazaban hacia el Sur, el castaño crecería a mayor altitud. Como consecuencia de ello se deforestaron los altos montes, pues los castaños aparecían, en el Sur, si acaso, en las cúspides. Este idiotismo se dio en muchas otras instituciones impuestas a los meridionales. Especialmente perniciosa, y origen de secular desgarramiento, en este país "reunificado" pero internamente dividido, sería la impaciencia, para llamarla con las más dulces palabras, del sentimiento católico frente a la prepotencia racionalista de la nueva República.
En 1876, para mantenerse en el Gobierno hasta 1887, asciende al poder Agostino Depretis, con la izquierda monárquica, formada por garibaldinos, exdemócratas, republicanos moderados, el llamado Movimiento de Revolución Parlamentaria. La derecha, formada por las clases terratenientes, lucha por un gobierno aristocrático. En la izquierda hallamos a la burguesía y los galant'uomini rurales. Depretis instaura una alianza parlamentaria oportunista, que denominará "transformismo" y que se cimentará sobre la convergencia temporal de intereses.
Por esta época Italia enfrenta una severa crisis agrícola, como consecuencia de las exportaciones norteamericanas que, con su inmensa productividad, abate los precios (de 1860 a 1870 los Estados Unidos aumentaron 7 veces la producción de trigo e invadieron el mercado internacional). El gobierno reacciona con una política proteccionista en lo industrial, que sobreestimula la industria e inicia el flujo del ahorro hacia el Norte, esquema desde entonces prevaleciente en el desarrollo económico italiano (Turín comienza a resarcirse de las pérdidas de la aventura resurgimental); a partir de 1877 se protege también la producción de trigo, pero el país no logrará su independencia alimenticia: cuando estalle la guerra hispano-norteamericana y cese el abastecimiento de trigo norteamericano, se producirá una hambruna (1898).
El gobierno de Depretis resulta así uno de gran intervención estatal, con la consecuente corrupción política y administrativa.
En lo político se inicia una época de "proletarización" electoral, al ampliarse el derecho al voto. El electorado pasa de doscientos mil electores a dos millones, cerca del diez por ciento de la población total, quizás un treinta por ciento de quienes poseían las características de electores. Esta proletarización no producirá un gobierno de carácter obrero, sino más bien burgués, en verdad es la burguesía la que está obteniendo el derecho a participar en la vida política italiana.
El estilo de gobierno resultante es de tipo "bismarckiano": representatividad popular, autoritarismo interno, expansión imperial, orden social, proteccionismo industrial. Italia persigue, y comienza a lograr, que se la respete" internacionalmente. A pesar del sentimiento popular antiimperialista, se sigue una política colonialista, sin parar mientes en los sacrificios que comporta, tanto en vidas humanas (la Masacre de los Quinientos en Dogali es la primera muestra) como en dilapidación de recursos.
Italia se acerca a Alemania y a Austria (la Triple Alianza de 1882).
Se ponían así todas las premisas para que la nueva nación, pese a todas sus fallas, pudiese aspirar a aquel posto sotto II sole que tan caro pagaría después.
El legado de Depretis consiste en una naciente clase media, el inicio de la electrificación y del desarrollo urbano, el crecimiento burocrático y la modernización del país, por lo menos en las ciudades. Carducci se modera, los masones se vuelven monárquicos; el brigantismo rural se transforma en un incipiente socialismo, un socialismo con profunda vocación campesina y artesanal.
Los movimientos socialistas italianos se darán después de Depretis, cuando desaparecerá el anarquismo, se fundará el partido socialista (Génova, 1892) y le Camere del Lavoro y se pondrá de moda entre los académicos italianos (Ferri, Ferrero, Lombroso) la fe socialista; sin embargo en Italia no se dará una verdadera cultura socialista, diversa de la marxista.
Un hábil político que ejerce la dictadura, fortalece el Poder Ejecutivo y la centralización, acumula ministerios en su persona para ejercer el poder sin limitaciones, suspende las garantías constitucionales conforme le conviene o le place. Retórico, beligerante, francófobo (interrumpe el comercio con Francia); entroniza una corrupción galopante en lo financiero y lo administrativo. En sus aventuras coloniales enfrenta amargas y sangrientas derrotas (los italianos pierden 7.000 hombres en Eritrea en 1896), hay numerosos alzamientos populares en el país, reprimidos sin piedad. El 29 de julio de 1900 Gaetano Bresci asesina al Rey Humberto en Monza.
Durante este gobierno Italia conocerá su primera era de progreso económico y social. Se desarrollan las industrias químicas, mecánicas (FIAT se funda en 1899), la electrificación; ciertamente que las regiones meridionales poco provecho sacan de todo esto, pero el Norte progresa. Se instaura el sufragio universal (1913). Disminuyen las tensiones internacionales, la Triple Alianza se transforma en una entente defensiva. Acercamiento a Francia y Rusia.
El gobierno profesa la creencia en la capacidad autorreguladora del sistema económico, por ello sigue una política de manos afuera en los conflictos obrero-patronales; se inicia la apertura para la participación de los católicos en el proceso político (pero sólo hasta después de la Primera Guerra Mundial fundarán éstos su propio partido, el Partido Popolare Italiano de Don Sturzo).
Italia, pese a la fuerte oposición popular, continúa su política colonial: guerra contra Turquía, en la que Italia es vencedora y se adueña de Libia, un territorio al cual ningún italiano quiere ir y en el que se derrochan ingentes sumas, en obras de colonización. El erario público sale fuertemente maltrecho tanto de las guerras coloniales, como de la colonización.
Primera Guerra Mundial. Italia, para "redimir" Trieste, Gorizia, Istria y Dalmacia se alía con Inglaterra y lucha una guerra impopular, cruentísima, de la que no obtendrá nada de lo que pretendía, ni de lo que le fuera prometido... pero si, por vez primera en 1500 años, la unidad nacional.
Como secuela de la guerra se dará el desempleo, el paro, el avance del socialismo y el desmoronamiento del estado liberal. Al país no le queda otra opción que la guerra civil o el fascismo.
El fascismo llega al poder como auténtico partido de la burguesía italiana, por haber sido el único que tuvo, en su momento, una visión que superó las facciones particulares. Se dedicó de inmediato a destruir a comunistas, socialistas, liberales y católicos, para terminar disolviendo el Parlamento (1925) y proscribiendo los partidos políticos (1926), erigiéndose, fementidamente, en único representante de la nación italiana.
[*] | El presente ensayo fue escrito a raíz de una conferencia dictada en la
Asociación Dante Alighieri de San José, en Agosto de 1985. |
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Alberto Di Mare
: Fundador y Canciller de la Universidad Autónoma de Centro América (UACA) y Maestrescuela del Stvdivm Generale Costarricense. Economista, ha desempeñado como Ministro de Planificación (1966-1968), Director del Banco Central de Costa Rica (1968-1970). Presidente de la Asociación Nacional de Fomento Económico (ANFE) y de la Academia de Centro América. Miembro de la Sociedad Montpèlerin. Estudió Economía, Derecho y Estadística en las Universidades de Costa Rica y de Roma.Alberto Di Mare <alberto@di-mare.com>
Referencia: | Di Mare, Alberto: Wilfredo Pareto.
1848-1923, Revista Acta Académica, Universidad
Autónoma de Centro América, Número 1,
pp [37-41], ISSN 1017-7507, Febrero 1987. |
Internet: | http://www.di-mare.com/alberto/acta/1987feb/adimare.htm |
Autor: | Alberto Di Mare <alberto@d
i-mare.com> |
Contacto: | Apdo 7637-1000, San José Costa Rica Tel: (506) 234-0701 Fax: (506) 224-0391 |
Revisión: | UACA, Enero 1998 |
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