Patriarca liberal Eduardo Ulibarri Buenos Días <ulibarri@nacion.com>

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      Más que una ideología o una doctrina, el liberalismo es una postura, una forma de encarar la realidad, una filosofía de la vida pública y una guía para la privada.

      Su base es la libertad; su motor, el racionalismo crítico; su amalgama, la tolerancia, y su nervio, el inconformismo creativo y la solidaridad genuina.

     Por esto existen liberales que ni siquiera se han percatado de serlo. Pero también, como reverso, hay quienes simulan su imagen para esconder intereses no siempre confesables.

      Alberto Di Mare Fuscaldo, hombre cabal, distinguido economista, lúcido pensador y agudo polemista, pertenecía a la estirpe de los liberales intencionales y genuinos.

      Su muerte, ocurrida el martes, no deja un vacío, sino una fragua: la de un maestro que, mediante la generosa divulgación de sus ideas, el ejercicio permanente de la crítica y la paradoja, el emprendimiento de grandes iniciativas y el generoso ejemplo de su vida, germinó en discípulos y marcó hondamente el diálogo público por casi cinco décadas.

      Estuvo entre los primeros colaboradores de nuestra Página 15, con artículos de demoledora fuerza que desafiaban las corrientes estatistas de entonces. Tuvo una columna semanal (“Prisma”); creó instituciones, como la Universidad Autónoma de Centro América y –junto a Eduardo Lizano– la Academia de Centroamérica; animó grupos y empeños, incursionó en el sector público y siempre ejerció, con singular deleite propio y ajeno, el difícil arte de conversar.

      Para mí, que lo conocí en ideas mucho antes que en persona, fue un acicate de higiene intelectual en los turbios años 70 y un ejemplo de continua y natural rectitud.

      Para todos –incluso sus adversarios– fue un patriarca liberal sin prefijos. Ásí vivirá siempre. Así lo recordaremos.

Ulibarri, Eduardo

Patriarca liberal, Periódico La Nación, Buenos Días, Jueves 5 de diciembre de 2002.

      http://www.di-mare.com/alberto/eterno/ulibarri.htm

      http://www.nacion.com/ln_ee/2002/diciembre/05/opinion2.html