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Amigo de toda la vida
Jamás pensé que Alberto Di Mare se fuera a morir

Manuel Formoso
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      La muerte de Alberto Di Mare me ha causado, entre otras cosas, un gran desconcierto porque nunca pensé en que se fuera a morir. No porque lo creyera eterno, sino porque desde siempre lo he conocido y lo daba como algo cierto y firme en mi vida. Nunca lo conocí triste, enfermo, quejándose o amohinado. Por el contrario, solo puedo recordarlo lleno de vida, optimista, simpático hasta la pared de enfrente, buena gente e inmensamente inteligente. Tan inteligente que ocultaba su talento tras un constante buen humor, convirtiendo las cosas más serias o polémicas que solía decir en una boutade. Dicho en cristiano, agarrando siempre el rábano por las hojas; saliéndose siempre por el ángulo más extravagante del tema en discusión.

      De seguro nos conocimos en los años anteriores a 1948, pero no puedo precisar en dónde, a lo mejor fue en el Liceo de Costa Rica. Cuando lo encontré una tarde en Madrid, diez años después, en el Colegio Mayor de Guadalupe, ya éramos conocidos y en cuestión de minutos, quedamos amigos para toda la vida. Ese día, además de conversar muy lindamente, tomamos café y comimos unos bocadillos de jamón con queso, que por cierto me tocó pagar, porque el talento de Alberto me jugó una pícara travesura, que me salió cara. Pocos años después, otra tarde conversando y tomando café en la Soda de Ciencias Económicas, recién llegado yo de España, casado, con oficina abierta de abogado y sin clientela, Alberto me pasó "un santo" que cambió radicalmente el rumbo de mi vida. "¿Querés trabajar en la Universidad y ganar bien?". "Andate a hablar con el decano Claudio Gutiérrez en Ciencias y Letras porque la Facultad está buscando nuevo secretario y vos podrías ser un buen candidato".

      Dicho y hecho. Claudio Gutiérrez y yo hablamos sabrosamente un largo rato, como si nos conociéramos de toda la vida. Me dijo que le parecía que podría ser un buen secretario de la Facultad, pero a él no le correspondía elegirlo sino a los profesores. La suerte y la palabra elocuente de Eugenio Fonseca Tortós me hicieron ganar fácilmente la elección, aunque era un solemne desconocido para la gran mayoría, salvo para los viejos profesores que me habían conocido como alumno revoltoso en el Liceo de Costa Rica.

      Alberto y yo nos tratamos siempre con gran cariño, sin necesidad de decirlo o de vernos muy frecuentemente. Cuando coincidíamos frente a un plato de pasta italiana y un buen vino tinto, las horas se hacían minutos y su inagotable ingenio, su bondad y su talento conseguía esquivar algunos choques inevitables porque en política habitábamos las antípodas, aunque alguna vez Alberto me dijera algo así como que él era marxista en cuanto al diagnóstico de la sociedad europea del siglo XIX, pero sin poder compartir las soluciones que Carlos Marx pretendía aplicar.

      Ahora que Alberto se ha ido me doy cuenta de lo mucho que me dio, discretamente y con esa elegancia espiritual que lo distinguía. Lo recuerdo, hace unos años, particularmente cálido y chispeante en Montreal y con un frío de los veinte mil demonios, comiendo en compañía del doctor Vesalio Guzmán. Más tarde, genial y dueño de la situación en un Buenos Aires inmenso y dominado por unos temibles taxistas, que resultaron ser sus compatriotas del sur de Italia. Más recientemente, lo veo chapoteando en la piscina de su casa, ataviado con el más particular atuendo natatorio que se pueda imaginar. En este momento, aunque pueda estar inmensamente triste, solo quiero sonreír satisfecho y feliz de haber sido su amigo.


Formoso, Manuel
Amigo de toda la vida Jamás pensé que Alberto Di Mare se fuera a morir, Periódico La Nación, Página 15, Jueves 12 de diciembre de 2002.
      http://www.di-mare.com/alberto/eterno/mformoso.htm
      http://www.nacion.com/ln_ee/2002/diciembre/12/opinion4.html

 

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